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martes, agosto 05, 2014

Miró en Mont-roig y su impacto vital desde 1911.

Miró en Mont-roig y su impacto vital desde 1911.

Después de pasar la fase crítica de la enfermedad en Barcelona y ya fuera de peligro, el joven Miró marchó a la masía adquirida recientemente por sus padres en Mont-roig para acabar de recuperarse. Los burgueses de Barcelona compraban tierras a los latifundistas desde hacia decenios por motivos económicos (diversificación de recursos), de seguridad y prestigio social, culturales (mantener un contacto con la Cataluña perenne) y de salud tanto mental como física. [Tomàs Llorens. Mont-roig. <Miró: Tierra>. Madrid. Museo Thyssen-Bornemisza (2008): 30.]



            



Mont-roig del Camp en 1911 era un pueblecito rural, centro de un extenso municipio situado cerca del mar, en la comarca del Baix Camp, a pocos kilómetros de Tarragona, al sur de Cambrils, entre la sierra de la Pedrera y el mar Mediterráneo. Entonces padecía una continua crisis social y económica debido a la rémora de su pobre agricultura de secano: viña, cereales, algarrobos, almendros y avellanos. La población del municipio estaba bajando desde 1887, cuando la crisis de la filoxera arrasó los viñedos. En Mont-roig, en 1887 había 2.886 habitantes, en 1900 eran 2.669, en 1920 había 2.451, en 1930 bajaban a 2.374 y en 1940 sólo 2.289. Desde entonces se estancó, hasta el fuerte crecimiento desde 1960, gracias al turismo, llegando en 1991 a los 5.003 habitantes. 


El Centre Miró de Mont-roig, sito en una iglesia del siglo XVI, donde se exponen muchas copias de obras del primer periodo mironiano junto a fotografías, un tapiz y ninots de teatro originales. Hay un folleto con nueve localizaciones del municipio relacionadas con obras suyas, sobre todo la ermita de Sant Ramon (los martes está cerrada).


La iglesia del pueblo. Miró contribuyó a su mantenimiento con una donación anónima en los años 1970.



Miró. Mont-roig, La iglesia y el pueblo (1919). Fragmento.

Mont-roig sufría hacia 1910 de un largo proceso de decadencia, de bajos salarios para los jornaleros, de descenso de precios agrarios y, consecuentemente, del precio de las tierras. La conflictividad social explica que Mont-roig tuviese una asociación anarquista al menos desde 1910. En esas condiciones claramente regresivas, en la que los grandes terratenientes dividían y vendían sus tierras, fue cuando, de las numerosas masías en el llano de la costa, los Miró adquirieron, la masía Ferratges, que pronto se llamará Mas Miró, probablemente a finales de 1910 o principios de 1911, a Antoni Ferratges i de Mesa, marqués de Mont-roig y el mayor terrateniente de la comarca. Era un político liberal, diputado y senador en las Cortes de Madrid, promotor e inicial director de los tres primeros meses del diario conservador “La Vanguardia” de Barcelona. [Permanyer. Miró. La vida d’una passió. 2003: 18.]
No hay una fuente documental sobre la transacción porque en 1936, durante la Guerra Civil, se quemaron los registros de la propiedad de la zona. La fuente primaria es Miró [Miró. Documental de Chamorro. 1978: nº 53], que declara que se compró en 1911. Otra fuente familiar, Punyet Miró [Una mirada íntima, en De la Cierva; et al. Joan Miró. 2007: 43 y 96] apunta 1911 y arguye que la madre la compró para que su hijo se recuperase. La historiografia se decanta por 1910 [Dupin. Miró. 1962: 33 y 48, en 1910] y en textos posteriores no concreta una fecha, dudando entre 1910 y 1911. [Rowell. Joan Miró. Selected Writings and Interviews. 1986: 22, data la compra en 1910. / Rowell. Joan Miró. Écrits et entretiens. 1995: 29, en 1910. / Rowell. Joan Miró. Escritos y conversaciones. 2002: 42, varía a 1910-1911. / Umland. <Joan Miró>. Nueva York. MOMA (1993-1994): 319, n. 13, señala que la fecha exacta es desconocida. / Lax; Bordoy. Cronología, en AA.VV. Miró. Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca. 2005: 507, en 1910.]
Los padres de Miró la reformaron y residieron temporalmente en ella desde el verano de 1911, al acabar las obras. [Esto explica que Miró recordara que compraron Mont-roig en 1911. Hay una fotografía de 1911 publicada en Joan Punyet Miró. Una mirada íntima, en De la Cierva; et al. Joan Miró. 2007: 43. Se observa que en la torre central se ha colocado el nombre de “Villa Dolores” en homenaje a la madre. Otra fotografía (p. 44) muestra a los campesinos trabajando en la finca.]
Los Miró tendrán pronto un sólido papel social en esta comunidad: en su casa se realizarán recitales de piano y en su capilla se celebrarán las misas para los vecinos del llano.


La zona costera de Mont-roig, con la finca de Miró en la parte central.

La finca, que visité por primera vez en 1997 (el pueblo ya en 1991), está en la parte llana del municipio, algo lejana al pueblo de Mont-roig, que está en lo alto de la colina. El paisaje de la zona es extraordinario: bosque, playa, suelo feraz, de un color rojo dominante por la arena, en especial en tres sitios de la zona: en la roca, en la montaña de Escornalbou, y cerca de San Ramon, con su faro nocturno, que conduce a los pescadores. El mas ha cambiado varias veces de nombre popular: Los Pobles [Guix Sugranyes, J. M. Mont-roig y la “catedral del Baix Camp”. “La Vanguardia” (18-III-1967) 56.], Mas Ferratges, Mas Ferrà y Villa Dolores (por la madre de Miró) y Mas Miró (por Joan Miró).


La superfície ha cambiado con los años. Originariamente eran cuatro fincas unidas: nº 13, 20, 22, 39-40, con unas superfícies respectivas de 0,99; 2,6022; 6,0780; 3,8020. En total 13 hectáreas, según el catastro confeccionado en 1954 y modificado desde entonces, según los datos consultables en el catastro rústico de Tarragona y en el de la propiedad de Reus, nº 3. Sufrió en los años 60 una expropiación, para realizar una carretera nacional que pasó por la mitad de la finca, a sólo 50 metros de la casa. En 1999 sufrió una nueva expropiación, atenuada por un acuerdo con la familia tras dos años de negociación, que le quitó dos hectáreas más y acerca el nuevo tren de alta velocidad (AVE) a sólo 50-30 metros del taller —que en el proyecto inicial iba a ser derribado—, lo que transformó de modo radical el ambiente en el que vivió y trabajó Miró [Noticia en “Última Hora” (2-X-1999) 65. / Combalía, V. Salvemos la masía de Miró. “El País”, Cataluña (12-VI-2002) 2.].
La finca está tocando el barranco de Sa Peixerota, ocupando los polígonos 35 y 36 de Mont-roig, a ambos lados de la carretera que sube al pueblo y lindando con la nueva carretera Valencia-Tarragona. Se dedica a viñas, olivos, algarrobos, cereales; en 1910 se dedicaba sobre todo a viñedo y olivar, con más de 300 jornadas de labranza. La producción alcanzó su mayor nivel en los años 1940-1950. Antes de la guerra civil el masover era Cristofor Colom “Pepet” (su hija fue la Vaileta que Miró pintó). Después de la guerra fueron los Paret, con quien Miró tuvo mucha confianza; en 1997 el padre ya había fallecido. Desde 1982 fueron Albert y Carmen Moyà, de Lleida. Muy amables, facilitaban la visita, previo permiso de la Successió Miró.



La casa de la masía es antigua, una construcción probablemente de mediados del siglo XVIII, reformada a fondo en la primera mitad del XIX y con algunos cambios posteriores. Es una de las siete masías que se conservan en la comarca del Baix Camp. [Curós i Vilà, Joan. Larquitectura a pagès. “El País”, Quadern nº 1.100 (13-I-2005) 1-3, según mapa de p. 3.] Es enorme, con dos pisos, y muchas habitaciones: varias salas de estar medianas, sin ostentación; algunos cuartos de baño antiguos; muchos dormitorios, unos pocos con camas matrimoniales y todos con imágenes sagradas, y el dormitorio principal guarda una cama kitsch, con una decoración cristiana sorprendente: la Virgen, dos santos y dos angelotes a los lados; en otro cuarto hay una litografía, editada en Palma, La sangre preciosísima de Jesucristo; y en este estilo se muestra el resto de la casa. Abundan las fotos y los cuadros de la familia de Miró, de finales del siglo XIX: los padres, pintados en un estilo realista por C. Montserrat en 1907, y los abuelos, de autor anónimo en una fecha indeterminada.
Los padres de Joan Miró transformaron un ala del edificio —al parecer una estancia de trabajadores que en tiempo del marqués de Mont-roig hacía de pequeña capilla ocasional, con un minúsculo altillo para los señores y los bajos para los payeses—, como capilla permanente, que sirvió para las misas dominicales de campaña (las que se celebraban fuera del pueblo), durante sus estancias veraniegas, celebraciones a las que, como los terratenientes tradicionales a los que querían imitar, invitaban a los propietarios y campesinos de la zona costera, costumbre que Joan Miró y Pilar Juncosa mantuvieron como un rito social a la par que religioso, hasta que hacia 1956, cuando se trasladaron definitivamente a Mallorca y ya no podían hacerlo de modo regular más que algunos meses del verano, se hicieron en la capilla del vecino Mas Romeu, bien conocido como el de las palmeras de un cuadro de Miró.
Los pocos vecinos antiguos de la zona que todavía vivían para entrevistarlos hacia 1997, como Lidia del Mas Romeu y los Paret del Mas Miró, se mostraron muy discretos, pero recordaban al matrimonio Miró con mucho afecto. Siempre unidos, Pilar Juncosa como una gran señora, educada, amable, buena, mirando por su esposo y la familia, y de una vida cristiana ejemplar; Joan Miró como un hombre bueno, sin orgullo ni vanidad, tradicional, conservador, moderado y cortés.

Miró (1975) recuerda sus primeros días: ‹‹Sané muy rápidamente. El paisaje me produjo enorme impacto››. [Melià. Joan Miró, vida y testimonio. 1975: 103-104.]
Y añade (1979): ‹‹Fuimos en taxi. Me curé a los 15 días.›› [Documental de J.M. Martí Rom. D’un roig encés: Miró i Mont-roig. 1979.]
Su amigo Gasch, una fuente bastante fiable porque repite lo que le contaría él, refiere en 1963 que su convalecencia duró dos meses, pero puede que sume las primeras semanas en Barcelona y las siguientes en Mont-roig. [Gasch. Joan Miró. 1963: 14.]
Probablemente fue hacia mayo-junio por el encadenamiento con las fechas conocidas de que lo peor de su enfermedad fue en abril-mayo. La estancia en la masía tuvo un inmediato efecto balsámico sobre su salud física y psíquica, como Dupin (1993) explica:
‹‹Sus padres se inquietan y le envían a pasar su convalecencia en Mont‑roig, donde acababan de comprar una finca, la famosa masía que tan importante papel iba a desempeñar en la vida y obra de Miró. Liberado de la pesadilla del despacho y en medio de esa naturaleza por la que tanto afecto siente desde la infancia, el muchacho se repone y recupera fuerzas rápidamente. La enfermedad traerá como consecuencia feliz el fin de la resistencia por parte de la familia a su vocación de pintor. Dejan de atormentarle con la “espléndida posición” en el negocio barcelonés. Esa recuperación de la salud, esa vuelta a la pintura, será para Miró como un segundo nacimiento. No es de extrañar que haya contraído un apego casi sagrado a Mont‑roig, donde tuvo lugar el gran acontecimiento.›› [Dupin. Miró. 1993: 33-34.]
Tras un probable breve retorno a Barcelona hacia junio pasará en Mont-roig también el verano (probablemente julio-septiembre, ya al lado de su familia, que viene con él), en una completa felicidad, en la que apenas pinta nada. Se dedica a un dolce fare niente: vive en medio de un paisaje catalán puramente mediterráneo, un mito ideal de la generación noucentista. ‹‹Mis padres se iban y me quedaba solo en Mont-roig. Me impregnaba de la atmósfera campesina, aislado del bullicio urbano, en la única compañía de los animales: gatos, perros, aves de corral; no tenía más luz que la de un candil››. [Permanyer, Lluís. Revelaciones de Miró. Entrevistas hasta 1981. Especial “La Vanguardia” Miró 100 años (IV-1993) 4-5.


La pequeña ermita de San Ramón de Penyafort coronando la cima, y la más extensa de la Mare de Déu, en un nivel inferior, sobre la montaña roja de la Roca, que Miró pintó en 1917. Desde lejos parece un solo conjunto.

Miró en 1979, durante su última visita al pueblo, recordaba aquel impacto:
‹‹La ermita, a unos 3 km del pueblo, era uno de los lugares que visitaba en mis paseos. La playa de Mont-roig, ha sido siempre muy estimulante... (...) Yo iba cada día a la playa haciendo footing. Sudaba mucho al correr, hacía gimnasia y luego me bañaba en el mar. Hacía excursiones los domingos, yendo a pie de Mont-roig a Hospitalet. Veo el color de Mont-roig como un rojo avinagrado. El color rojo es la tierra. El color negro da fuerza y equilibrio al rojo. El azul es el cielo. El verde es el “garrover”. El amarillo es el color de los tejados, el de las plantas pequeñas, y como equilibrio con otros colores.›› [Documental de J.M. Martí Rom. D’un roig encés: Miró i Mont-roig. 1979. Fotografía de la amplia ermita de la Mare de Déu de la Roca, en 112, con imagen de Miró y de invitados suyos en el verano de 1946 en p.113.]
Siempre que pudo, incluso cuando ya vivía en Mallorca, Miró pasaba parte de los veranos en Mont-roig, hasta bien pasado el mes de octubre e incluso noviembre.
Miró (1974) declara sobre esta dependencia existencial: ‹‹Pour travailler jai besoin de retourner à Tarragone, un besoin physique, comme maintenant, de boire une tasse de thé.›› [Hahn, Otto. Interview Joan Miró. “Art Press”, 12 (junio-agosto 1974): 4.]
Y al año siguiente (1975) cuenta: ‹‹(…) Mont-roig es para mí como una religión. / (…) la tierra de Mont-roig. Cada vez la siento más, pero la siento desde que era niño.›› [Raillard. Conversaciones con Miró. 1993: 22.]
Su unión con el pueblo será tan importante que en los años 30 y 40 se difundirá la idea de que nació allí, y durante unos años él parece aceptar esta idea, hasta que por fin protesta en 1951 de que en las biografías se le dé por nacido en Mont-roig, aunque el daño biográfico será ya difícil de corregir. Sebastià Gasch (1960) ha escrito que hoy ‹‹no se puede mencionar Mont-roig sin hablar de Joan Miró, porque Mont-roig se identifica con Miró y Miró con Mont-roig›› [Gasch. Visita a Mont-roig. “Destino” (16-IV-1960)].

Dupin (1961, 1993), al describir el pueblo, que visitó con frecuencia, da forma a las palabras del propio artista, y destaca la importancia que para él tuvieron su naturaleza y quietud:
‹‹Situado a veinte kilómetros al sur de Tarragona, Mont‑roig está adosado a los primeros contrafuertes de la montaña como para mejor dominar el llano que se extiende hasta el mar. Mont‑roig y el interior de la región desempeñaron un papel esencial en la formación de la personalidad de Miró y en el desarrollo de su obra. Sus padres adquirieron la casa y la finca, la masía, en 1910. (...)
Mont‑roig (“monte rojizo”), no muy lejos de Cornudella, debe su nombre al color de las fantásticas escarpaduras de rocas que lo dominan. La acción del agua y el viento, del calor y los hielos sobre esa piedra blanda y porosa, el asperón de color vinoso, han producido alucinantes esculturas naturales que parecen directamente surgidas de la imaginación de Gaudí (que había nacido en Reus, la población más cercana). En lo más alto de los rocosos promontorios, La Roca, se alza la ermita de San Ramón, adonde Miró nunca dejaba de llevar a sus invitados para mostrarles todo su terruño el llano, el pueblo, el mar y la montaña en una sola mirada. Las calles estrechas y tortuosas, las escaleras y bóvedas, las viejas casas apretadas unas contra otras, escalonándose hasta la torre de la iglesia románica, poseen la belleza sencilla y vigorosa de los pueblos de Tarragona. La aldea parece adosarse a la montaña para ver mejor el mar a través de ese otro mar vegetal que es el llano, en el que dominan la vid, el olivo y los almendros. Ese llano, que comienza al pie de la montaña, se ensancha, se abre y se detiene en el mar a lo largo del filo de hoz de una playa de arena y guijarros. La ausencia de todo pintoresquismo fácil permite que nos asalte más simplemente la presencia soberana de la tierra. La multiplicidad de los cultivos y la profusión de las esencias le prestan el aspecto de un vasto jardín lujurioso. Todo cuanto la naturaleza mediterránea puede producir se ofrece con prodigalidad sin par. El hombre, beneficiario del vigor de la tierra, es sensible a la acción de la oscura energía que hace brotar y elevarse tan alto a los pinos, retorcerse a los olivos centenarios, temblar a los delicados almendros, doblarse a las ramas de los naranjos bajo el peso de sus frutos, esa energía que hace posible la inmensidad de los eucaliptos y el esplendor de los algarrobos, que hincha y endurece los racimos, los granos y las espigas. En medio de los cultivos, apartadas de la carretera, se alzan la casa y la granja, el mas y la masía. Quedarían ocultos bajo la espesa frondosidad de los plátanos y los eucaliptos que los rodean sin la torre rectangular que domina todo el edificio. En nuestros paseos por los alrededores íbamos encontrando, alterados por el tiempo, la mayor parte de los temas de los primeros cuadros de Miró, en particular la célebre masia. Reconocíamos también, en las estancias habitadas, buen número de los objetos y muebles que habíamos visto en los bodegones. Excepto durante la guerra civil, Miró pasó durante toda su vida una parte del año en Mont‑roig. Todas las fibras le unían a este lugar que representaba a sus ojos “la grandeza y la sobriedad”. No cabe duda, su energía, su entusiasmo y su obstinación son los de esta tierra. “Hay que pintar —decía— pisando la tierra, para que entre la fuerza por los pies.” (Cela. La llamada de la tierra. “Papeles de Son Armadans”, v. 7, nº 21 (1956): 227.)
Miró le debe a la tierra propicia de Mont‑roig su imaginación telúrica, la potencia de su lirismo, la certidumbre de sus visiones, así como la medida de sus audacias y la precisión de su delirio. La tierra inspira, pero corrige; da el empuje y la energía del movimiento, pero también imprime la dirección e impone la coherencia a los transportes que genera. La exuberancia natural no es derroche, sino profusión ordenada, sometida a ciclos, gobernada por ritmos. El campesino y el pintor lo saben, y saben someterse a ellos. Miró se parecía a los hombres de su pueblo. Tenía sus mismos andares lentos, su gusto por lo real, su prudencia y su terquedad. Pero su obra da testimonio, sobre todo, de ese constante acuerdo del hombre con la tierra en el plano del instinto creador. El ritmo de los cuadros, el desarrollo orgánico de las formas, la alternancia de sus impulsos, están regidos por estrictas leyes naturales que no sólo no limitan sus poderes, sino que además justifican todas las audacias y dan vida a un mundo fantástico. De Mont-roig, del paisaje de Tarragona, de la herrería de Cornudella, salieron el pie que golpea la tierra para extraer de ella fuerza e inspiración, el ojo que ordena la abundancia de imágenes y está atento al funcionamiento de los mecanismos delicados de su revelación, el ojo y el pie de Miró que constituirán otras tantas figuras obsesivas de su lenguaje pictórico.›› [Dupin. Miró. 1993: 17.]

Gimferrer (1978) explica la importancia del pueblo como parte del ser mironiano, representación a escala menor de Cataluña y todo el mundo:
‹‹(...) Per a Miró, en canvi, Mont-roig persisteix en el seu ésser, més encara, el reconquereix gràcies a la mirada meticulosa i lúcida de l’artista, que en serva l’entitat i la consistència, rescatades més enllà del temps i dels accidents de la percepció. Mont-roig, més nítidament definit que mai tant en l’escrupulosa matisació de l’època de La masia com quan, més tard, es troba a la base de la iconografia solar o astral mironiana, és Miró, i és el nostre país, i és l’universal. Miró assumeix l’entorn he esmentat Mont-roig; podria parlar també dels altres paratges, des del anys de minyonia fins al moment actual i l’incorpora per tal de fer-lo exalçar a la regió totalitzadora del mite.›› [Gimferrer. Miró, colpir sense nafrar. 1978: 72.]

Giralt-Miracle (1983) explica sobre el primer enorme choque emocional y la influencia posterior de Mont-roig sobre el joven artista:
‹‹Aunque su vocación artística es muy precoz, el gran choque emocional que desencadena en él una plástica determinada se produce en Mont-roig del Camp, donde acude a casa de unos familiares para recuperarse de una enfermedad y donde cristaliza definitivamente su vocación en su doble dimensión, la local y la universal, la telúrica y la cósmica; los dos polos de su inspiración enraizados definitivamente en el campo de Tarragona y la isla de Mallorca donde ha vivido la otra mitad de su vida. El joven que procede de Barcelona, de la atmósfera agobiante de una ciudad llena de despachos y talleres y que reacciona contra todo lo acomodaticio, descubre un nuevo mundo de pequeñas y grandes realidades que se plasmará entusiásticamente en su pintura hasta la década de los treinta.
El impacto de Mont-roig será tan fuerte que Sebastià Gasch ha escrito que "hoy no se puede mencionar Mont-roig sin hablar de Joan Miró, porque Mont-roig se identifica con Miró y Miró con Mont-roig". Allí Miró descubre lo que él denomina el amor por la tela, por la lenta comprensión de las cosas, por la riqueza de los matices concentrada que ofrece la tierra y el sol. El júbilo de descubrir en un paisaje una pequeña hierba o un gran árbol.›› [Giralt-Miracle, D. Símbolos de la catalanidad de Miró. Especial “La Vanguardia” (17-IV-1983). Apunto empero que la influencia rural en Miró es muy anterior, al menos en un decenio, a la fecha que apunta este autor y que hay varios errores biográficos en sus comentarios. Pero ello no disminuye el acierto general de su análisis.]

Como vemos, en la historiografía hay coincidencia en evocar que este pueblo significó para Miró un poderoso contacto vital con la naturaleza que recorrerá toda su obra artística.

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